martes, 19 de octubre de 2010

Verde y Lluvioso

Fragmentos - "Confieso Que He Vivido" - Memorias de Pablo Neruda

“Quien no conoce el bosque chileno, no conoce este planeta.
De aquellas tierras, de aquel barro, de aquel silencio, he salido yo a andar, a cantar por el mundo.

INFANCIA Y POESÍA
Comenzaré por decir, sobre los días y años de mi infancia, que mi único personaje inolvidable fue la lluvia. La gran lluvia austral que cae como una catarata del Polo, desde los cielos del Cabo de Hornos hasta la frontera. En esta frontera, o Far West de mi patria, nací a la vida, a la tierra, a la poesía y a la lluvia.



Mi padre era el conductor del tren. Se había acostumbrado a mandar y a obedecer. A veces me llevaba con él. Picábamos piedra en Boroa, corazón silvestre de la frontera, escenario de los terribles combates entre españoles y araucanos.
La naturaleza allí me daba una especie de embriaguez. Me atraían los pájaros, los escarabajos, los huevos de perdiz. Era milagroso encontrarlos en las quebradas, empavonados, oscuros y relucientes, con un color parecido al del cañón de una escopeta. Me asombraba la perfección de los insectos. Recogía las "madres de la culebra". Con este nombre extravagante se designaba al mayor coleóptero, negro, bruñido y fuerte, el titán de los insectos de Chile. Estremece verlo de pronto en los troncos de los maquis y de los manzanos silvestres, de los copihues, pero yo sabía que era tan fuerte que podía pararme con mis pies sobre él y no se rompería. Con su gran dureza defensiva no necesitaba veneno.



Fui creciendo. Me comenzaron a interesar los libros. En las hazañas de Búfalo Bill, en los viajes de Salgari, se fue extendiendo mi espíritu por las regiones del sueño. Los primeros amores, los purísimos, se desarrollaban en cartas enviadas a Blanca Wilson. Esta muchacha era la hija del herrero y uno de los muchachos, perdido de amor por ella, me pidió que le escribiera sus cartas de amor. No recuerdo cómo serían estas cartas, pero tal vez fueron mis primeras obras literarias, pues, cierta vez, al encontrarme con la colegiala, ésta me preguntó si yo era el autor de las cartas que le llevaba su enamorado. No me atreví a renegar de mis obras y muy turbado le respondí que sí. Entonces me pasó un membrillo que por supuesto no quise comer y guardé como un tesoro. Desplazado así mi compañero en el corazón de la muchacha, continué escribiéndole a ella interminables cartas de amor y recibiendo membrillos.
Los muchachos en el liceo no conocían ni respetaban mi condición de poeta. La frontera tenía ese sello maravilloso de Far West sin prejuicios. Mis compañeros se llamaban Schnakes, Schlers, Hausers,Smiths, Taitos, Seranis. Eramos iguales entre los Aracenas y los Ramírez y los Reyes. No había apellidos vascos. Había sefarditas: Albalas, Francos. Había irlandeses: Me Gyntis. Polacos: Yanichewkys. Brillaban con luz oscura los apellidos araucanos, olorosos a madera y agua: Melivilus, Catrileos.


Combatíamos, a veces, en el gran galpón cerrado, con bellotas de encina. Nadie que no lo haya recibido sabe lo que duele un bellotazo. Antes de llegar al liceo nos llenábamos los bolsillos de armamentos. Yo tenía escasa capacidad, ninguna fuerza y poca astucia. Siempre llevaba la peor parte. Mientras me entretenía observando la maravillosa bellota, verde y pulida, con su caperuza rugosa y gris, mientras trataba torpemente de fabricarme con ella una de esas pipas que luego me arrebataban, ya me había caído un diluvio de bellotazos en la cabeza. Cuando estaba en el segundo año se me ocurrió llevar un sombrero impermeable de color verde vivo. Este sombrero pertenecía a mi padre; como su manta de castilla, sus faroles de señales verdes y rojas que estaban cargados de fascinación para mí y apenas podía los llevaba al colegio para pavonearme con ellos
Esta vez llovía implacablemente y nada más formidable que el sombrero de hule verde que parecía un loro. Apenas llegué al galpón en que corrían como locos trescientos forajidos, mi sombrero voló como un loro. Yo lo perseguía y cuando lo iba a cazar volaba de nuevo entre los aullidos más ensordecedores que escuché jamás. Nunca lo volví a ver.”

Fotos - Con Claridad - Camino a Botrolhue - domingo nostálgico de primavera ... con lluvia



Sin lugar a dudas Temuco urbano de hoy está lejos de la descripción poética antigua del poeta. Esa evocación tomada de sus memorias, ya había pasado por el tamiz del tiempo y la nostalgia.

Temuco, capital de la Araucanía, cuenta con una moderna infraestructura, una arquitectura contemporánea y centros comerciales que la definen como una importante ciudad de la zona sur de Chile.


Quizás hoy Pablo Neruda estaría feliz reuniéndose con grupos universitarios. (Universidad de la Frontera, Universidad Católica de Temuco, Universidad Autónoma de Chile (ex-Autónoma del Sur), Universidad Mayor, Universidad Santo Tomás de Chile, Universidad Tecnológica, entre otras) y se sorprendería al ver que sus amadas locomotoras hoy son objetos de museo, el Museo Ferroviario Pablo Neruda de Temuco.

Estoy segura que disfrutaría mucho en el Mercado Municipal, con su inconfundible olor a maderas y a merkén, saludando a la gente de la tierra. En fin, hay muchos lugares que lo sorprenderían: el Teatro Municipal y la Plaza de las Artes, el Hotel Casino Dreams Temuco, las esplendidas autopistas, los accesos maravillosos a la zona lacustre y toda esa poderosa y verde naturaleza circundante.

Sólo la lluvia sigue igual, “fina, grácil, leve” como la describe Carlos Pezoa Véliz en su “Tarde en el Hospital” o como lo hace Neruda en forma “implacable”.



2 comentarios:

Celso dijo...

Tras leer esto, me motivé a ir a Youtube y puse "Temuco". De inmediato encontré varios videos de la ciudad y ¡vaya que ha cambiado!! Sólo pude reconocer unos pocos lugares. Sin duda es una gran y bella ciudad que, de ir alguna vez, tendré que re-conocerla. Y si, no ha cambiado la lluvia, por lo que se ve. Me pilló alguna vez sobre el edificio del Banco del Estado, instalando antenas. Desde las oficinas nos miraban los empleados y quizá pensaban "Pobres tipos, como se estan mojando" y yo pensaba "Pobres tipos, como tienen que trabajar encerrados" El tiempo pasa, pero en algun baul de la mente, los recuerdos quedan...

Clarissa Rodriguez dijo...

Sr. W me ha encantado tu comentario. Cuando recién llegué a Temuco después de vivir por tantos años en Santiago, me costó acostumbrarme a la lluvia y su manto oscuro que desde el otoño hasta la primavera nos acompaña. Luego entendí que el esplender de nuestra primavera y sus mil tonos de verde, se debe a ese copioso “riego”.
El lugar donde vivo (me estoy cayendo del mapa) está justo en el límite urbano y sólo necesito cruzar el camino (frente a mi casa) para encontrarme con el paisaje que muestro en estas imágenes.
Algo que disfruto muchísimo es el paisaje urbano después de un día lluvioso. Todo queda limpio: las calles, los arboles, el cielo y el horizonte. Sólo el rostro de la pobreza es más triste cuando la lluvia se instala.
La anécdota que relatas me hizo mucha gracia. Pero también me recordó mis primeros días de oficina en Santiago. Me sentía atrapada entre cuatro paredes. Aun hoy, cuando el trabajo lo considero una bendición, hay ocasiones en que creo que tiene un costo muy alto. Se paga en cómodas cuotas de libertad.
Si alguna vez vienes a Temuco, traerás contigo esa carga de nostalgia, que hará aun más distinta una ciudad que tiene su propia dinámica de cambio.

Un abrazo!

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